Cata, estaba cursando la transición entre salir de sus estudios universitarios a comenzar en el mundo laboral. La conocí cuando una mañana de forma repentina me llega un mensaje de una chica que necesitaba de forma urgente una sesión psicológica porque necesitaba hablar con alguien. No pasaron más de 2 días cuando ya estábamos sentadas frente a frente en la consulta tratando de dilucidar qué le estaba sucediendo.
“Caro, vengo porque no me gusto. Me da rabia mirarme al espejo y ver lo que veo”
Ahí comenzó mi intriga, yo la tenía frente a mí y yo no lograba ver nada que pudiese dar disgusto. Ante mis ojos era una chica clara, valiente, inteligente, sonriente y amable. –“Tengo que terminar la universidad y voy a comenzar a trabajar. ¡Pero si no puedo! ¡Mírame! Este cuerpo. No me gusta. No me representa. Como que no soy yo. ¡Me carga! ¡Me odio!” – Ahí estaba… todo lo amable que yo había visto, ella no lo veía y se lo tiraba encima.
Cata estaba profundamente molesta con ella por no tener el cuerpo que “debía” tener. Se juzgaba por no comer más saludable, por no poder vestir como quería, por dejar de salir a fiestas y no coquetear por no exponer su cuerpo al rechazo de otros. Me contó de cómo durante años su aumento de peso iba en crecimiento y las innumerables etapas en las que pasó con cambios alimenticios, jugos de ya no recuerdo qué y batidos de otras tantas cosas. También me contó de cómo dejó de salir con amigas a vitrinear porque ellas podían probarse cosas que no existían en su talla, o de cómo el chico que le gustaba terminó pololeando con su amiga luego de enterarse que Cata estaba enamorado de él y los comentarios de burla hacia ella que escuchó de su boca en una fiesta. Habló de los gritos que debió escuchar en su colegio y en la calle por su volumen corporal, y de cómo los paseos a la piscina en fin de año con sus compañeras era una verdadera tortura. Llegamos a conversar de cómo sus padres dividían los platos de comida entre los hijos y de cómo a ella siempre le tocaba la menor porción por ser “rellenita”, y de cómo le decían que si no adelgazaba nadie la iba a querer.
Los mensajes sobre su cuerpo en su vida habían sido eternos, mensajes de no aceptación, mensajes de no ser merecedora de afecto por su peso corporal. Se había rodeado de apreciaciones constantes de los otros hacia ella y no por voluntad, si no que los demás se sentían con el derecho de opinar de ella en cuanto les diese la gana, solo porque ella no respondía al canon de cuerpo al que todos aspiran. Y es que la convencieron en lo más profundo de su ser que si no era delgada, no era merecedora de afecto y amor de otros ni del de ella.
No pasó mucho tiempo después cuando lo más fuerte comenzó a salir a la luz. Cata había pasado años lastimándose frecuentando el cutting para poder aguantar el dolor de la crítica constante, tenía una serie de síntomas propios de un Trastorno Depresivo de larga data y que nadie había notado, en pocas palabras… estaba sumergida en la pena. Y es que el estigma y la gordofobia lo llevaba marcado en la piel, transportándolo en casa situación que decidía emprender. El solo hecho de comenzar a desempeñarse en un espacio nuevo, la aterraba. Tenía miedo de que su cuerpo fuese expuesto de nuevo a las miradas, comentarios, criticas, privaciones y sobre exposiciones. ¡Pero claro! ¡Cómo no! ¡Si la vida le había mostrado ese lado constantemente!
Así comenzó nuestro trabajo juntas. Un trabajo que buscaba acercarla a ella y no los ideales de otros. En el camino nos dimos cuenta que cada vez que hablábamos del cuerpo le llamábamos “el”, como si nos refiriésemos a algo externo que no le pertenecía a ella, como si fuese un objeto que anda por ahí. Buscamos de muchas maneras el entender que el cuerpo era ella y que lo que había llevado durante mucho tiempo era un dolor inmenso de no sentirse aceptada y querida. Su cuerpo había llevado por años todos sus anhelos de salir adelante, era un cuerpo inteligente y sabio que sabía cómo librarse tarde o temprano de la palabra de los otros. Su cuerpo llevaba los cortes que dejan el dolor, pero había aprendido a regenerarse como ninguno porque tenía entusiasmo por vivir. La historia de su cuerpo estaba plasmada de maravillosos recuerdos donde ella se escapaba de la imposición de otros, donde se reía a carcajadas de la burla de otros, donde se dejaba llevar por los sueños más maravillosos y corría afanosa por lograrlos. Su cuerpo llevaba la historia del placer oculto en cuatro paredes y en solitario, pero se negaba a tener que culparse o sonrojarse por ello.
Cata comenzó a vivir a medida que pasaba el tiempo. Volvió a salir con sus amigas y a reírse hasta cuando le doliera el estómago. Experimentó en que se sentía responder con gritos a personas que la ofendían en la calle por su cuerpo, la recuerdo ruborizada y feliz contándome cómo le había respondido a un tipo en pleno centro por haber comentado su cuerpo de forma sexual. Por primera vez no se estaba conteniendo la rabia o lanzándosela hacia ella misma, por fin estaba dirigiendo la rabia hacia donde tenía que ir. ¡Ahí estaba Cata! Sintiéndose feliz y orgullosa por poder dejarse llevar. Dos meses después Cata estaba en pareja con una persona que esperó que ella sanara sus heridas para poder amarla a sus anchas. Su cuerpo estaba siendo amado no sólo por él, estaba siendo amado por ella.
Con Cata aún nos vemos para trabajar todo su ser. Como su terapeuta me siento orgullosa de ella, por fin las dos vemos lo mismo, una mujer clara, valiente, inteligente, sonriente y amable. ¡Uf! ¡Tanto más! Es años luz una mujer más feliz a la que llegó, y siempre la llevaré en mi corazón mostrándome que lo que lleva el cuerpo es toda nuestra historia y todo nuestro ser.